Purpurina en el Instagram

Luna anaranjada asomando tras un bloque de edificios
Foto por halfrain

Titilaban las estrellas con fulgor de purpurina, en el límpido y mayestático cielo nocturno. Hacía apenas media hora que había dejado de llover, y ya la luna se exhibía igual de apetecible que un platillo de dulce de leche. Es decir, el escenario sobre la cabeza de Maleni era tan cursi como ella misma, no menos empalagoso que el tocino de cielo. Tal vez por eso consideró que aquel fondo, más lunático que estrellado, era perfecto para su siguiente pose de Instagram. Sacó el iPhone de su bolso Petit Vendon y puso morritos, ante la cámara de tropecientos megapíxeles. Una instantánea, dos... La tercera no le dio tiempo a tomarla.

También el Rata había considerado que tras la lluvia se había quedado una noche perfecta: las dos y media de la madrugada, ni un alma en la calle, salvo esa chica despreocupada, tomándose fotos con su iPhone. Cuando de súbito el Rata se lo arrebató, ni siquiera le dio tiempo a Maleni a bloquear la pantalla. «¡Hijo de puta!», resonó en la noche hueca...

Al Rata no se le ocurrió una mejor estrategia que la de salir por patas. Con el inconveniente de que no estaba hecho él para la maratón, ni la de París, ni la de Nueva York. Pronto sintió que se ahogaba, que el corazón le latía como al de un enamorado enhiesto, pero sin darle de sí demasiado. Tras doblar una esquina dio por concluida la escapada, y empezó a dar rienda suelta a las incontenibles ganas que le habían entrado de vomitar.

Componían los pedazos de vómito una pintura impresionista, un paisaje en trazo grueso sobre el lienzo de la acera gris, que ya quisieran la purpurina y las estrellas saber representar. Junto a aquella masa informe y multicolor, en un charco se reflejaba la luna, como formando parte del conjunto. Buscó el Rata en el iPhone que acababa de robar la manera de inmortalizarse junto a esa obra de arte moderno: en cierta medida, él la había compuesto. Se sentía todo un poeta aquella noche, el Rata. Se agachó un poco hacia la acera, alzó el móvil en dirección a la luna, y ofreció al objetivo de la cámara la mejor mueca que tenía por sonrisa. Por último tuvo la ocurrencia de subir aquella foto al Instagram de Maleni.

Pensaba el Rata que aún tendría tiempo para tomarse más selfies, todos los que quisiera, antes de que llegase el día e intentase vender el iPhone. Pero a sus espaldas, desde unos metros más allá, sintió una voz que le delataba: «Es ése de ahí, el que me ha quitado el móvil». Era Maleni junto a dos policías, apuntándole con el dedo índice como Cristóbal Colón a las Américas.

Ni un amago hizo el Rata por salir huyendo: ni para el medio fondo estaba hecho. Le condujeron a comisaría en el cómodo asiento de un coche policial. Allí mismo puso Maleni la correspondiente denuncia. Tras recuperar su iPhone, regresó por fin a casa, a recomponerse del disgusto.

Aunque no le fue fácil, a Maleni, desprenderse del recuerdo de aquella noche tan cursi, de estrellas refulgentes como purpurina: nunca recibió tantos likes, ni tantos comentarios, como con la artística fotografía que al Rata le dio por subir a su Instagram.

Comentarios

  1. Maleni era cursi pero amaba a su iPhone, tanto que no la amilanó ni el Rata.
    A mí el Rata me cayó bien al princio, pero ¡Qué insensato!¡Mira que correr con la tripa llena!
    Me ha gustado el cambio de escena, de cursi a zarpazo. Muy conseguido
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ése era el asunto de este breve relato medio experimental: el cambio de escena, de cursi a zarpazo, como tú dices. La historia me importaba bien poco, la verdad; sólo quería jugar con un enfrentamiento estético, entre lo cursi y lo pringoso. Aunque confieso que, en el terreno de lo pringoso, también soy algo cursi, es decir, recargado.

      Un abrazo, Loles, y gracias.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares