La fea verdad

Cuatro chicas rubias, muy feas, esperando sentadas a que las saquen a bailar
Fotograma de la película La chica de la fábrica de cerillas, de Aki Kaurismäki
La belleza está en lo feo. Eso está más que claro, a mí, que no me vengan con otras vainas. La fealdad, es tal cual es, en todo momento. Nos mira de frente cuando nos habla, no nos esconde sus intenciones. Es siempre sincera, la fealdad… Lo bello, por contra, disimula cada uno de sus pliegues. El paso del tiempo lo condiciona, a lo bello. Como se reconoce efímera, la belleza vive obsesionada con las apariencias. Es puro complejo lo primoroso, que no puede evitar su fea manía de escamotearnos la verdad…

La belleza es superflua, y tan perecedera como la fruta. Escogemos, de entre los estantes de la tienda de abastos, a las manzanas, no por su sabor, cuando ni siquiera las hemos catado, sino por su encerado brillo. Eligen algunos, también, a las tipografías, más por su aspecto presuntuoso que por su legibilidad, y a las misses universo por su blancura dental y sus piernas largas, más que por sus conocimientos gramaticales o geoestratégicos. Como si el meollo del asunto fuese el packaging, en el universo…

Y, sin embargo, lo más hermoso de la raza humana y de todo es, sin lugar a dudas, su parte más sucia y deforme. Lo que más duele a la vista, vaya. Por desgracia, ninguna mujer, que yo sepa, se empaca en un envoltorio de fealdad, para que todos los salidos, al verla, la piropeen: «¡Quién fuera mortaja para abrazar ese cuerpo tan repugnante!» Más bien ocurre al contrario. Las viejas esconden sus arrugas, como si se avergonzaran de la sabiduría que han atesorado durante tantos años. «La arruga es bella», dicen las más resignadas. Y luego, a escondidas, salen a comprar el ungüento que les proporcione la ilusión de la eterna juventud…

Así de imbéciles somos, unos y otras. Escondemos lo más bello: la sinceridad y la experiencia. La bisoñez y la tersa juventud están sobrevaloradas. Jóvenes de buenas familias se embarcan, a ciegas, en despropósitos revolucionarios e ilusorios, seducidos por las retorcidas elucubraciones de algún viejo amargado con la vida. Empiezan perdiendo la cabeza, y terminan sin un brazo, un ojo, o la vida misma. A hostia limpia, con los años, van adquiriendo los jóvenes amargor y cicatrices. Entonces, o bien optan por engañar a otros jóvenes, para que ocupen su lugar, o, si son de corazón lindo, se retiran a la acogedora intimidad de un sofá, frente a una estufa de pellets encendida. Cuelgan las armas, en definitiva, tal y como hicieron un día sus papás. ¿Para eso tanto periplo y peripecia por desiertos repletos de espejismos? ¡Mejor haber caminado, desde un principio, por las selvas complacientes de la fealdad extrema! Pero la juventud, por definición, es necia. Pura pasión desbocada, nada más… Y luego, de viejos, todos esos jóvenes ardientes vendrán a tapar con plaste sus arrugas, a contener la respiración para disimular sus panzas henchidas. La belleza, no me cabe la menor duda, tiene más que ver con las curvilíneas maneras de una barriga bien repleta. Cada centímetro de tocino guarda mil años de sabio proceder. La liposucción, no es sino una manera de entontecerse a un ritmo precipitado, y un arrepentimiento que no lleva a ninguna parte…

Tanta belleza, por todos lados, aturde… No sé yo, si la falta de lucidez será debida a un heteropatriarcado belicoso que, ya desde antiguo nos viene imponiendo, con amenazantes y afilados colmillos, sus gustos y apetencias sobre la belleza. Los machos alfa, desde siempre, las prefieren tan tontas como rubias… O, tal vez, por el contrario, seamos más bien todos víctimas de las dulces y más delicadas maneras de unas matriarcas pintarrajeadas y cubiertas de abalorios. Podría ser, pues al varón el devenir de la Historia lo va engominando, lo embute en un traje de Giorgio Armani y le depila el entrecejo. El macho alfa se domestica para convertirse en pavo real: el auténtico superhombre. Por fin el gallo dominante logra hacer su santa voluntad, cuando, ya desprendido de sus armas, aprende a seducir a todo el gallinero. No le hace falta echar mano de sus espolones o sus altisonantes quiquiriquís. Para embaucar al corral, le basta al adonis con alardear de sus bellos plumajes. Es ahora, en nuestros tiempos, cuando la humanidad es sometida al despotismo más disimulado: el de la tiranía de los petimetres, que ejercen hermosas y guapos de ostentosa cursilería…

Nos tiraniza a todos la compostura, pero más, si somos feos o deformes, pues los que se creen guapos nos menosprecian… Para muestra, un botón: pocos héroes tullidos hay, ni ningún galán feo, en las pantallas de los cines. ¿Séptimo arte, el cine? Más bien, mierda séptima o sin numerar, la cinematografía, en la mayoría de los casos… Pura pornografía, nada intelectual, el cine atiborrado de caras bonitas… ¿Acaso Rembrandt, Velázquez o Goya, no retrataron a las princesas, de todo reino europeo, pegadas a sus reales narices borbónicas, o con sus recios —que no regios— cuellos de muflón? O con su parche en el ojo, como el que vestía doña Ana de Mendoza de la Cerda, princesa de Éboli. ¿Tendrían los museos que descolgar, entonces, la mitad de sus obras de arte, para acomodarse a los caprichosos gustos estéticos de los productores cinematográficos? Ni por asomo… El cine miente sobre la realidad, es pura engañifa e ilusión que no sabe, o no quiere, pintar la belleza de lo feo. Se me ocurre, por decir algo, la excepción de Aki Kaurismäki, artista verdadero, obsesionado en plasmar, con su paleta de verdes y ocres apagados, y su elenco de actores feos, la triste condición de los perdedores…

Feos y superficiales tiempos, los que nos toca vivir a los feos… Feo es, también, el vicio de hurgarse la nariz, ya chata o borbónica. Aunque la magnitud de la fealdad dependerá, en este caso, del tamaño y viscosidad de la reliquia, y, sobre todo, de dónde luego ésta vaya a parar… Feos son también, los ánimos criticones e inquisidores, de cualquier forma o color. Y, para vicio feo, el de menospreciar a los feos…

¡Qué difícil lo tenemos los feos, en esta vida!… ¡Cuánta discriminación hemos de soportar!… Ahora, y en todas las épocas, en el socialismo o en el libre mercado, nos da igual: en cualquier circunstancia, somos el hazmerreír… Parece que el único puesto de trabajo al que pudiéramos aspirar, los feos, fuera al de bufón. O al de cajera de supermercado en barrio pobre, o al de manipulador de sustancias peligrosas… Si vas a una entrevista de trabajo, adórnate bien, feo. Atúsate el cabello, cariño. Aféitate y quítate esos pelos de la nariz, y los del sobaco. Depílate en general, amor, y ponte una minifalda muy mini. Adorna también tus actitudes y tu manera de ser. Saca pecho como los palomos, o ponte unos implantes mamarios de gel de silicona. Ponte, también, ya de paso, carmín encendido en los labios, y colorete que realce la viveza sonrosada de tus pómulos. Sólo los muertos van por la vida con la tez pálida y triste. Son feos, los muertos… A casi nadie le parece guapa la muerte… No te olvides, feo, de retocar la foto de tu Linkedin: algún amigo te quedará que sepa un poco de Photoshop... Quizá, más adelante, el decorado de tu teatrillo caiga por el peso de tanta pintura. Pero, para entonces, con algo de fortuna ya habrás esquivado un oficio feo e indeseable. Hazme caso, corazón. A menos que quieras terminar trabajando como verdugo enmascarado…

Los guapos siempre se encaraman a las mejores posiciones. Aunque también abundan los feos, no hay más que verlos, entre los emperadores y presidentes de cualquier nación. No sé qué estratagemas utilizarán para encumbrarse… Supongo que, para convencer a tantos, les bastará, a los prohombres, con un puñado de palabrería repleta de prometedora belleza. Si los próceres de las patrias largaran por la boca la neta verdad, en resumidas cuentas, dijesen a sus potenciales votantes lo feos que son y la miseria que les espera, no obtendrían ni votos ni confianza. ¡Otra vez, los viejos amargados acribillándonos con bonitas palabras!… A todos nos gusta que nos encandilen con zalamerías. La verdad descarnada, no suele caernos nada bien. Preferimos la mentira: porque es guapa. Al menos en lo superficial. A la verdad, le ocurre lo contrario que a la mentira: como va sin adornos, siempre nos parece horripilante. Pero, en el fondo, si nos fijásemos bien, veríamos que es toda una belleza, la verdad… Por más fea que nos parezca, sí… ¡Qué bonita es, corazón mío, la fea verdad!…

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