Me envolvía con su voz meliflua, mas sólo me transmitía argumentos obvios, un mar de vaguedades. Con la intención de restañar, si no disimular, las heridas que pudieran existir entre ambos, opté, a propósito, por dejarme llevar por esa nada suya. Aún mantenía cierta admiración por él, pero tampoco como para guardarlo en mi agenda de imprescindibles. Después de pagar la cuenta, de invitarlo a un último café, tomé la determinación de emborronar una nueva página de mi diario. Una en blanco, en la que sólo le dedicaría las 4 ó 5 líneas de este párrafo...
Comentarios
Publicar un comentario