Por terreno yermo vagan espíritus anhelantes. Dilapidan lo poco que les queda ya de una vida feliz y despreocupada. Ni puertas a las que implorar caridad encuentran a su paso. Sólo canchales que trastabillan su marcha, y un secarral peremne que agosta toda oportunidad para las lágrimas. Hitos de indolente piedra les disuaden de su empeño, señalándoles el tortuoso sendero hacia los acantilados. Mas ellos se resisten a tirar por los derroteros del suicidio colectivo. Tozudos como la sangre que aún riega sus venas, persisten en la misma dirección. Es la ruta hacia el espejismo que dibujan sus anhelos: el pálpito ingenuo de que, al otro lado de las alambradas, habitan los hombres y mujeres buenos...
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