The Show Must Go On
Freddie Mercury disfrazado de rey |
A paso lento y como sin ganas, flota la caravana sobre el asfalto agujereado del suburbio, implorando paso entre la ensoñada multitud de niños, abuelos y papás. Una lluvia intermitente riega de caramelos los pies de los chiquillos, y apedrea a algún que otro viandante ajeno y despistado. Con sus tristes disfraces de fiesta, pareciera que las carrozas que preceden a la de Sus Majestades, los Reyes Magos del Oriente, se hubieran colado en aquella algarada.
—¡Ahí vienen los Reyes!
—Y la reina Gaspara. ¿A quién se le ocurre?
—¿El Baltasar pintado le parece bien, no, señora?
—¿Qué sabrá usted, de la tradición?
—¿Y usted, qué sabe?
El bombardeo de caramelitos liquida la discusión.
En la otra punta de la ciudad, un desfile de penitentes asciende y desciende por las escaleras mecánicas del centro comercial. La estrella de Navidad guía, por el pasillo reluciente, a los que han dejado las compras para última hora. El vendedor maldice su suerte, mientras reparte sonrisas dentífricas a los que han venido a venerar a su Niño Dios.
El carretón que transporta a Sus Majestades se atora en la revuelta de la calle principal. La multitud queda en vilo y el remolque comprometido, como si pendiera del alambre de un funámbulo. Gracias a Dios, el camionero no tarda en deshacer el embrollo. El gentío aplaude. La reina maga, el rey pintado y otro gordinflón, con una barba blanca y postiza que le ha prestado Papá Noel, se sienten aliviados. La noche es larga, y todavía les espera un largo reparto. Los Sabios de Oriente no desconocen que, por más cansados que estén y pocas ganas que tengan, el espectáculo siempre ha de continuar...
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