Los tesoros de Khaled

Edificio destruido en Alepo en febrero de 2014. EFE ALI MUSTAFA
Edificio destruido en Alepo en febrero de 2014.
EFE, Ali Mustafa
Algunos se han pasado media vida echando tierra sobre un pasado de escombro y sangre. Los recuerdos más infaustos, siempre empeñados en ver la luz del día, no les han dejado en paz, como terrones arrancados, a los campos de la memoria, por la tozudez de un arado de vertedera.

Cuentan que Alepo antaño fue la ciudad más próspera y poblada de Siria. Un día llegó una de esas guerras que le dan la vuelta a la ternura y a las certidumbres. En el preciso momento en que el vendaval de la infamia pasó, cuando el polvo se recolocó en su sitio, los que no pudieron escapar a ninguna parte comenzaron a hacerse viejos...

Son esos mismos viejos los que muchos años después, por distraer la memoria de los horrores vividos, hablan sin parar de la historia de Khaled. Y de los innumerables tesoros que, según dicen, dejó escondidos por alguna parte. Algunos jóvenes de Alepo opinan que Khaled y sus riquezas no son más que eso: un cuento de viejos. Otros, sin embargo, más crédulos e imaginativos, y los codiciosos, no ponen en cuestión la autenticidad de la leyenda.

Los viejos dicen que Khaled se ganaba la vida dando sepultura a los muertos, ya desde antes que el estruendo de las bombas viniera a alterar la tranquilidad de los cementerios. Incluso para un enterrador como él, la guerra debió suponer un entretenimiento poco amable. Harto de tanto trabajo, y temeroso de que tarde o temprano le tocase enterrar a los suyos, decidió echar tierra de por medio -que no encima-, e irse con la familia para otra parte. En definitiva, escapar, como tantos otros que huyeron de Siria por entonces.

Khaled contó a su esposa, Fátima, su determinación: "Hay que salir de aquí o las bombas terminarán enterrándonos a todos. O yo me volveré loco". Su mujer estuvo de acuerdo con el plan.

Entre los dos decidieron lo más imprescindible para un viaje con destino incierto. Para costear los gastos de la travesía, malvendieron sus pertenencias de familia modesta, aquello que aún tenía algo de valor en un mercadeo de tiempos de guerra. Comprendieron que los objetos que sólo alcanzasen el precio de lo sentimental iban a tener que quedarse a merced del pillaje y los bombardeos. No iba a ser fácil desprenderse de tanta nostalgia, la que no cupiera en las minúsculas tarjetas de un par de teléfonos móviles.

Pero Khaled tuvo la genial idea de enterrar en una tumba todo lo que no pudieran llevarse consigo. Aunque ni misiles ni bombas respetaban el descanso eterno de los difuntos, aquella solución era mejor que nada. Mientras Fátima esperaba en casa con los niños, Khaled acudió al cementerio. Nadie sospechó que lo que el enterrador acarreaba, bajo una lona apelmazada y mugrienta, eran los recuerdos de toda una vida.

Cuando la muerte nos alcanza ya poco importan los recuerdos, y menos que nada lo que poseímos en vida. Khaled, más que ningún otro, debería haber considerado tales evidencias. Pues a un sepulturero habría que suponerle cierta inteligencia acerca de los asuntos de la parca. Quizá sea que los de su oficio ven pasar los muertos como quien, en la pantalla de un cine, mira películas en las que los protagonistas siempre son otros. Khaled se sintió protagonista cuando, de vuelta sobre sus pasos, adivinó los escombros de su hogar bajo el rastro de humo que dejó un misil inteligente. O tal vez estúpido...

La huida ya no tenía sentido, pues cuando lo mejor de sus recuerdos se fue para siempre ya no hubo escapatoria posible. Khaled decidió permanecer en Alepo, y esperar a que alguna bala perdida acabase también con él. Continuó con el oficio de sepulturero: a fin de cuentas, desde siempre se había ganado la vida con la muerte. Pensó que, ahora que ya estaba todo perdido para él, quizá podría ayudar a los demás. Se ofreció entonces para enterrar los recuerdos de todos aquellos que quisieran confiar en él.

El transcurrir del tiempo, la nostalgia, la esperanza y la ambición, recubren de oro a las historias más insignificantes e íntimas. Es por eso que en la ciudad de Alepo los muertos no descansan en paz. Los saqueadores de tumbas remueven cráneos y fémures en busca de los tesoros de Khaled. Nada de valor encuentran. Pues en los cementerios, y en algún hoyo improvisado por doquier, los que para siempre se marcharon sólo dejaron recuerdos...
A la memoria de Ali Mustafa, periodista muerto el 9 de marzo de 2014 en Alepo. Me topé casualmente con su fotografía buscando alguna, en Internet, para ilustrar el relato".

Comentarios

Entradas populares