Conveniente convivencia
A la señora marquesa de los Chirlos Mirlos no le agradaría, por nada del mundo, hallar alguna sustancia extraña en la sopa. A la cucaracha, que tiene más de común que de extraña, tampoco le gustaría terminar como tropezón sustancioso en la exquisita sopa de la señora marquesa. En el fondo, y a pesar de sus diferencias y recelos mutuos, ambas tienen en común mucho más de lo que piensan...
La cucaracha es negra y menuda, mientras que ¡menuda es la grandeza de la señora marquesa...! Por su aspecto repulsivo, se hace duro el tener que contemplarlas en la corta distancia, aunque al menos la marquesa intenta amortiguar su falta de encanto con potingues, alhajas y vestimentas de tonos nacarados. A la de los Chirlos Mirlos le gusta hacerse notar con perfumes que atufan a nardos de cementerio. La cucaracha, por su carácter retraído, prefiere pasar desapercibida.
Cuando acude a aliviarse al baño, en sus noches de mayor inquietud, la señora marquesa teme encontrar a la cucaracha vagando por los pasillos de su palacete. Al minúsculo insecto tampoco le hace la menor gracia toparse con la señora marquesa a media noche y sin cenar. Si ocurriera la contrariedad de que sus caminos, por lo que fuera, se llegasen a cruzar, la marquesa daría un respingo y quedaría paralizada por el susto. Por el contrario, el miedo activaría, cual resorte, las pequeñas patitas de corredora de la cucaracha. Para desgracia del insecto, la señora marquesa tiene una criada que corre que se las pela, y bien valiente y diestra en el arte de blandir la escoba.
La marquesa de los Chirlos Mirlos tiene crédito en un banco sito el principado de Andorra; la cucaracha camina desacreditada, sin papeles, y por eso sólo se pasea cuando estima que nadie la ve. Si se lo propusiera, aunque de ello no es consciente, con tan solo aparecer en uno de los selectos guateques de la marquesa lograría que perdiera todo el crédito en un santiamén.
De sobra son conocidas las caritativas obras de la señora marquesa para con los pobres. Tal es su prodigalidad que, sin saberlo, con sus migajas también atenúa la desdicha y sacia el hambre de una cucaracha que, de por sí, es pobre de solemnidad.
La cucaracha alberga una mirada escrutadora entre sus ojillos de negro azabache. Similares son los de la señora marquesa, y tan morunos, que desmienten la sangre azul de unos ancestros de tez pálida, altos y rubios, que en los tiempos antiguos vinieron desde el centro de Europa acompañando al rey Carlos I y V de Alemania. Como queriendo dar a entender, que la señora marquesa fue el fruto ilegítimo de unos amoríos pecaminosos y prohibidos, en los que cayó distraída su santa madre con un moro bien parecido que sirvió de criado en la casa familiar, cuando nombraron al papá cónsul honorario, o algo así, allá en una ciudad del norte de África cuya mezquita principal es digna de ver, las malas lenguas dicen, por entretenerse en algo y distraerse de sus propias miserias, que la marquesa se parece más de la cuenta a aquel criado moro que presuntamente dejó sin honor al cónsul honorario. Habladurías de algunos para mancillar honras ajenas. Lo que cierto sí es, sin ningún género de duda, es que como dos gotas de agua se asemeja la cucaracha a su mamá, y a su abuela, y a la abuela de ésta, y a todos sus primos, y a cada uno de los de su larga estirpe de vulgares antepasados. Todos han sido, son y serán, de tan minúsculo tamaño, que sin perder un pelo de sus bigotes pasarían a través de un agujero, por muy reducido que éste fuera. Por el contrario, cualquier agujero se le queda pequeño a la de los Chirlos Mirlos. Y por cierto: ninguna de las dos es bienvenida en el agujero de la otra.
Pese a las diferencias de carácter, y a lo que a todas luces parece una enconada rivalidad, la cucaracha y la señora marquesa sacarían buen provecho si limasen algunas asperezas sin importancia y se animaran a estrechar de una vez sus lazos de amistad. Si reflexionasen un poco, se percatarían de que en ciertos aspectos son bien parecidas, y que una convivencia pacífica beneficiaria a las dos. Pues a fin de cuentas, y por más que les pese, van a tener que convivir bajo el mismo techo por muchos años. Con todos sus días, y sus noches completas...
La cucaracha es negra y menuda, mientras que ¡menuda es la grandeza de la señora marquesa...! Por su aspecto repulsivo, se hace duro el tener que contemplarlas en la corta distancia, aunque al menos la marquesa intenta amortiguar su falta de encanto con potingues, alhajas y vestimentas de tonos nacarados. A la de los Chirlos Mirlos le gusta hacerse notar con perfumes que atufan a nardos de cementerio. La cucaracha, por su carácter retraído, prefiere pasar desapercibida.
Cuando acude a aliviarse al baño, en sus noches de mayor inquietud, la señora marquesa teme encontrar a la cucaracha vagando por los pasillos de su palacete. Al minúsculo insecto tampoco le hace la menor gracia toparse con la señora marquesa a media noche y sin cenar. Si ocurriera la contrariedad de que sus caminos, por lo que fuera, se llegasen a cruzar, la marquesa daría un respingo y quedaría paralizada por el susto. Por el contrario, el miedo activaría, cual resorte, las pequeñas patitas de corredora de la cucaracha. Para desgracia del insecto, la señora marquesa tiene una criada que corre que se las pela, y bien valiente y diestra en el arte de blandir la escoba.
La marquesa de los Chirlos Mirlos tiene crédito en un banco sito el principado de Andorra; la cucaracha camina desacreditada, sin papeles, y por eso sólo se pasea cuando estima que nadie la ve. Si se lo propusiera, aunque de ello no es consciente, con tan solo aparecer en uno de los selectos guateques de la marquesa lograría que perdiera todo el crédito en un santiamén.
De sobra son conocidas las caritativas obras de la señora marquesa para con los pobres. Tal es su prodigalidad que, sin saberlo, con sus migajas también atenúa la desdicha y sacia el hambre de una cucaracha que, de por sí, es pobre de solemnidad.
La cucaracha alberga una mirada escrutadora entre sus ojillos de negro azabache. Similares son los de la señora marquesa, y tan morunos, que desmienten la sangre azul de unos ancestros de tez pálida, altos y rubios, que en los tiempos antiguos vinieron desde el centro de Europa acompañando al rey Carlos I y V de Alemania. Como queriendo dar a entender, que la señora marquesa fue el fruto ilegítimo de unos amoríos pecaminosos y prohibidos, en los que cayó distraída su santa madre con un moro bien parecido que sirvió de criado en la casa familiar, cuando nombraron al papá cónsul honorario, o algo así, allá en una ciudad del norte de África cuya mezquita principal es digna de ver, las malas lenguas dicen, por entretenerse en algo y distraerse de sus propias miserias, que la marquesa se parece más de la cuenta a aquel criado moro que presuntamente dejó sin honor al cónsul honorario. Habladurías de algunos para mancillar honras ajenas. Lo que cierto sí es, sin ningún género de duda, es que como dos gotas de agua se asemeja la cucaracha a su mamá, y a su abuela, y a la abuela de ésta, y a todos sus primos, y a cada uno de los de su larga estirpe de vulgares antepasados. Todos han sido, son y serán, de tan minúsculo tamaño, que sin perder un pelo de sus bigotes pasarían a través de un agujero, por muy reducido que éste fuera. Por el contrario, cualquier agujero se le queda pequeño a la de los Chirlos Mirlos. Y por cierto: ninguna de las dos es bienvenida en el agujero de la otra.
Pese a las diferencias de carácter, y a lo que a todas luces parece una enconada rivalidad, la cucaracha y la señora marquesa sacarían buen provecho si limasen algunas asperezas sin importancia y se animaran a estrechar de una vez sus lazos de amistad. Si reflexionasen un poco, se percatarían de que en ciertos aspectos son bien parecidas, y que una convivencia pacífica beneficiaria a las dos. Pues a fin de cuentas, y por más que les pese, van a tener que convivir bajo el mismo techo por muchos años. Con todos sus días, y sus noches completas...
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