El ratón se ha suicidado
Foto por timechaser |
Cuando Flores partió de vacaciones, el ratón, sin nada que hacer, tuvo demasiado tiempo para pensar. Lo invadió entonces un ataque de melancolía. Encerrado entre las cuatro paredes de la oficina de siempre, cayó en la cuenta de que la rutina de todos sus días se reducía a navegar entre tablas de Excell y monótonos formularios de la Seguridad Social.
Casi en el olvido quedaba ya el largo viaje desde China, el lugar en que fue ensamblado, en un santiamén, junto a otros tantos de su serie. Unas manos femeninas, hábiles y expertas, le dieron vida, en una cadena de montaje infinita que jamás detenía su ritmo frenético de producción.
El ratón aún recordaba los días en que lució en su precioso embalaje de plástico y cartón. Se exhibía sin pudor en el estante de unos grandes almacenes. La gente se acercaba a comprobar el precio, lo escudriñaba de cerca, comparándolo con algún otro ratón semejante pero más barato, y lo volvía a dejar en el estante. Por entonces soñaba con estar conectado algún día a un Mac, una de esas computadoras Apple de carácter afectado y aspecto impecable. Hasta que llegó el señor Flores y lo llevó con él para siempre a su oficina...
Si al menos hubiera tenido la oportunidad de trabajar en compañía de un ordenador portátil, habría podido conocer mundo, más allá de la oficina de todos los días. Pronto se sintió anclado, conectado desde entonces a un equipo de sobremesa de prestaciones limitadas. Al comienzo se infundía ánimos a sí mismo, "al menos no eres un ratón de los de bola, de aquellos que se atascaban a las primeras de cambio, en cuanto se topaban con un poco de pelusa. Y ni siquiera necesitas alfombrilla para deslizarte..." Estaba orgulloso de ser tan parco en su funcionamiento y necesidades. Despreciaba a sus congéneres inalámbricos porque funcionaban a pilas, sin mostrar el menor respeto por el medio ambiente. A él le bastaba con un hilillo de energía de la CPU para mantener viva la luz roja de su led óptico.
Y mientras Flores disfrutaba de unas merecidas vacaciones, el ratón discurría con pesar, a la par que la vida se le anudaba en la garganta. De alguna forma, se sentía como una planta abandonada en verano a la que ya nadie regaba... Cuando Claudia, la chica de la limpieza, deslizó con afán su bayeta para limpiar el polvo de la mesa, el ratón supo que había llegado la oportunidad de liberarse a sí mismo. Aprovechando un descuido, se enredó en la manga derecha de la bata de la limpiadora. A continuación se lanzó al cubo de fregar. Nadie en la oficina notó que se ahogaba. Más tarde, Claudia lo encontró en el fondo del agua revuelta y turbia de fregar, y, con disimulo, lo trapeó un poco por encima y lo volvió a depositar sobre la mesa. Pero para entonces el ratón ya no era de este mundo: la luz roja de su led óptico se había apagado para siempre...
Cuando Flores regresó de vacaciones y lo dio por inútil, no tardó mucho en buscar otro ratón con el que sustituirle. A rey muerto, rey puesto... Escogió uno táctil e inalámbrico, de la marca Apple, de esos que vampirizan la energía de montañas de pilas. Sin el menor apego, Flores arrojó el cadáver del ratón estropeado a la papelera, y allí yació como un pajarillo muerto, sin que lo derivasen al cubo de envases reciclables, a él que había sido tan cuidadoso con el medio ambiente. Y pese a los años en que habían trabajado juntos, el señor Flores tampoco le dedicó un breve responso. Nadie dispuso para él ni una mísera mortaja; hubiera bastado con su embalaje original. Que para aquél entonces, cualquiera sabe por dónde andaría aquella cajita de cartón y plástico...
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