El señor conductor no se ríe
En mi país hace frío. Supongo que el clima infunde cierto estado de ánimo en las personas. Cuando por fin tuvimos libertad -ya se sabe, la Perestroika y todo eso-, le dije a mi mujer: "Escapémonos de aquí. Vayamos a un país cálido, no sé, a Grecia o Italia". Y nos vinimos para España.
Al principio, la vida en un país capitalista no resulta nada fácil. Puede que los escaparates estén repletos de todos los productos con los que siempre habías soñado. Pero si no tienes dinero, te tienes que conformar con mirar. A mi esposa le gustaba mucho pasear por los grandes centros comerciales. Cuando no tienes otra cosa que hacer, ni con qué gastar, no están mal para perder el tiempo. A veces, si nos quedaba alguna moneda en el bolsillo, comprábamos baratijas sin importancia. Algunos chismes te sorprenden, antes ni sabía que existían. Recuerdo que a mi señora se le antojó un aparato para sacarle espuma a la leche, para que el café con leche te quede como el de las cafeterías italianas. No era caro, pero no nos alcanzaba para comprarlo. Siempre nos contentábamos con pasear entre las estanterías, pero al contrario que en nuestro país, teníamos esperanza. Luego ves que van pasando los años y la vida continúa sin ser nada fácil en todas partes...
Mi señora encontró trabajo limpiando casas. Pocas horas al comienzo en varios sitios, mucho tiempo viajando de aquí para allá. Luego consiguió un contrato por más horas, mejoró nuestro nivel de vida. Alquilamos un piso en Torrejón. No era gran cosa, pero mucho mejor del que nos asignó el Gobierno allá en mi país. Igual que allí, yo encontré trabajo como camionero. Me conozco mi país de memoria, y sé cómo es la gente. El frío influye en el carácter de las personas, eso está claro, creo que ya lo he dicho. En el sur siempre son más amables, pero no son serias. Mi mujer y yo somos del norte, somos gente en quien se pueda confiar. No entiendo por qué las personas del sur sonríen por nada. No sólo en mi país, en España ocurre igual.
En mi empresa pronto confiaron en mí. Primero me asignaron rutas cortas y un camión pequeño. Transportaba sobre todo pescado fresco, que recogía en el aeropuerto, y repartía luego por ciudades próximas a Madrid. El trabajo no me gustaba porque olías fatal, y mi mujer me obligaba a ducharme todos los días antes de acostarme. Pero en seguida me dieron más responsabilidad, un camión con una enorme cabeza tractora enganchada a un tráiler de gran tonelaje. Y rutas más largas.
Cuando conduces un camión tan grande te sientes fuerte. Desde ahí arriba, encaramado en la cabina del camión, la perspectiva del mundo cambia, y ves a los demás vehículos como criaturas miserables, como si fuesen esos perros minúsculos que no tienen ni media patada. Me gusta esa sensación de poder, sentirme inmenso, como si tuviese a todo el mundo bajo mis pies. Si alguien te protesta por alguna maniobra, basta con ignorarle, como hacen los perros grandes y fuertes con los más pequeños. Y si insisten en su porfía, haces sonar el claxon para hacerles entender quién manda en la carretera.
He viajado por toda Europa, llevando frutas y hortalizas desde Andalucía. Siempre quise conocer mundo, hablo mal o bien varios idiomas, y este trabajo me parecía perfecto, como hecho a medida justo para mí: Nantes, París, Bruselas, Frankfurt... Claro que en ocasiones uno se siente solo, sobre todo cuando te quedas retenido porque las carreteras están cortadas debido al mal clima o por algún contratiempo. Combatía la sensación de soledad consolándome en algún club de alterne. Mi mujer no lo hubiera entendido. Por eso nunca le comenté nada...
En los países por los que he transitado es difícil encontrar burdeles de calidad. En ese sentido, España es una de las naciones más preparadas de la Unión Europea. Por eso siempre visitaba algún club antes de cruzar la frontera con Francia. Aunque en los clubs puedes encontrar chicas de mi país, me gustan más las latinas. Debe ser por el clima de sus países de origen, la temperatura siempre influye en el carácter de la gente. No entiendo la personalidad de las latinas, parecen estar contentas sin motivo. Pero las prefiero porque son más calientes. Además, mis paisanas me recuerdan demasiado a mi mujer.
La última vez acudí al "Copacabana Club", mi burdel favorito. Cuando tengo que conducir nunca bebo, soy una persona seria y responsable. Aquella noche estaba especialmente triste, echaba de menos a la familia allá en mi tierra. No recuerdo bien qué pasó, pero debí tomar dos copas de más. Sólo me acuerdo del ruido de las sirenas de la Guardia Civil, y de las luces del camión volcado, que iluminaban la carga de pepinos desperdigada en la carretera. Yo salí ileso, sólo un rasguño sin importancia y una molesta sensación de mareo.
Aquella misma noche tomé un autobús de regreso a Madrid. Llegué cuando la ciudad despertaba. Al presentarme en casa, sorprendí a mi mujer en la cama con otro hombre. No lo conocía. La muy puta no supo qué decirme, sólo preguntó que por qué había regresado tan pronto. Me marché decepcionado sin responder. Supongo que se sentía demasiado sola, pero la verdad es que lo que le ocurriese ya me era indiferente. No la he vuelto a ver desde entonces.
Mi empresa me despidió al día siguiente. Me parece injusto, soy una persona correcta, siempre he hecho bien mi trabajo. Como dicen por aquí, mataste un perro y ya te llaman mataperros. Las autoridades me pusieron una multa y me retiraron el carnet de conducir. Al menos no fui a la cárcel. Sin mujer, sin un techo, sin dinero, sin empleo... La vida es difícil en un país capitalista si no tienes un trabajo...
Cuando me restituyeron la licencia de conducir un amigo me consiguió algo para ir tirando: los fines de semana y algún festivo, debía conducir un autobús de pasajeros. Excursiones con pensionistas, colegios y cosas así. Un empleo de mierda, porque me gusta conducir solo, sin que nadie interrumpa mis pensamientos. Pero trabajo a fin de cuentas...
En el último viaje, disfrazados con sus pantalones cortos y sus pañoletas anudadas al cuello, esos boy scouts parecían pequeños pioneros de la revolución de mi país. Era patético ver a los adultos también vestidos como niños, con sus sombreros de la policía montada del Canadá, y las medias gruesas de lana en sus piernas velludas. Todos a la vez, chicos y grandes, comenzaron a cantar aquella estúpida canción:
"El señor conductor no se ríe, no se ríe..."
Si al menos hubiese sido una canción linda, como las de los pioneros de mi país, en la época comunista:
"Somos niños, ahora estamos
llenos de curiosidad, llenos de amor,
con los ojos os seguimos,
sabemos que nos mostraréis el camino..."
Pero el pasaje insistía en golpearme las sienes, niños y mayores, una y otra vez, con aquella tonada martilleante:
"...no se ríe el señor conductor, no se ríe, no se ríe. Para ser conductor de primera, acelera, acelera...".
Mi cabeza estaba a punto de estallar, y fue entonces cuando, en mitad de aquellas curvas peligrosas, puse el autobús a más de cien. Todos por fin dejaron de cantar, aunque cuando gritaron me desesperé aún más. Algunos niños pusieron el autobús perdido con sus vómitos, y aunque sabía que luego me tocaría limpiarlo todo, en aquel momento tampoco me importó demasiado. Sólo deseaba un poco de silencio...
No sé por qué me acusan ahora de poner en peligro la vida de 51 menores y 9 adultos; fueron ellos los que me provocaron con sus cánticos. Yo soy una personas seria y respetuosa con los demás, se puede confiar en mí. No entiendo por qué nadie parece querer entenderme. Supongo que es el clima, lo que nos hace ser tan diferentes...
Al principio, la vida en un país capitalista no resulta nada fácil. Puede que los escaparates estén repletos de todos los productos con los que siempre habías soñado. Pero si no tienes dinero, te tienes que conformar con mirar. A mi esposa le gustaba mucho pasear por los grandes centros comerciales. Cuando no tienes otra cosa que hacer, ni con qué gastar, no están mal para perder el tiempo. A veces, si nos quedaba alguna moneda en el bolsillo, comprábamos baratijas sin importancia. Algunos chismes te sorprenden, antes ni sabía que existían. Recuerdo que a mi señora se le antojó un aparato para sacarle espuma a la leche, para que el café con leche te quede como el de las cafeterías italianas. No era caro, pero no nos alcanzaba para comprarlo. Siempre nos contentábamos con pasear entre las estanterías, pero al contrario que en nuestro país, teníamos esperanza. Luego ves que van pasando los años y la vida continúa sin ser nada fácil en todas partes...
Mi señora encontró trabajo limpiando casas. Pocas horas al comienzo en varios sitios, mucho tiempo viajando de aquí para allá. Luego consiguió un contrato por más horas, mejoró nuestro nivel de vida. Alquilamos un piso en Torrejón. No era gran cosa, pero mucho mejor del que nos asignó el Gobierno allá en mi país. Igual que allí, yo encontré trabajo como camionero. Me conozco mi país de memoria, y sé cómo es la gente. El frío influye en el carácter de las personas, eso está claro, creo que ya lo he dicho. En el sur siempre son más amables, pero no son serias. Mi mujer y yo somos del norte, somos gente en quien se pueda confiar. No entiendo por qué las personas del sur sonríen por nada. No sólo en mi país, en España ocurre igual.
En mi empresa pronto confiaron en mí. Primero me asignaron rutas cortas y un camión pequeño. Transportaba sobre todo pescado fresco, que recogía en el aeropuerto, y repartía luego por ciudades próximas a Madrid. El trabajo no me gustaba porque olías fatal, y mi mujer me obligaba a ducharme todos los días antes de acostarme. Pero en seguida me dieron más responsabilidad, un camión con una enorme cabeza tractora enganchada a un tráiler de gran tonelaje. Y rutas más largas.
Cuando conduces un camión tan grande te sientes fuerte. Desde ahí arriba, encaramado en la cabina del camión, la perspectiva del mundo cambia, y ves a los demás vehículos como criaturas miserables, como si fuesen esos perros minúsculos que no tienen ni media patada. Me gusta esa sensación de poder, sentirme inmenso, como si tuviese a todo el mundo bajo mis pies. Si alguien te protesta por alguna maniobra, basta con ignorarle, como hacen los perros grandes y fuertes con los más pequeños. Y si insisten en su porfía, haces sonar el claxon para hacerles entender quién manda en la carretera.
He viajado por toda Europa, llevando frutas y hortalizas desde Andalucía. Siempre quise conocer mundo, hablo mal o bien varios idiomas, y este trabajo me parecía perfecto, como hecho a medida justo para mí: Nantes, París, Bruselas, Frankfurt... Claro que en ocasiones uno se siente solo, sobre todo cuando te quedas retenido porque las carreteras están cortadas debido al mal clima o por algún contratiempo. Combatía la sensación de soledad consolándome en algún club de alterne. Mi mujer no lo hubiera entendido. Por eso nunca le comenté nada...
En los países por los que he transitado es difícil encontrar burdeles de calidad. En ese sentido, España es una de las naciones más preparadas de la Unión Europea. Por eso siempre visitaba algún club antes de cruzar la frontera con Francia. Aunque en los clubs puedes encontrar chicas de mi país, me gustan más las latinas. Debe ser por el clima de sus países de origen, la temperatura siempre influye en el carácter de la gente. No entiendo la personalidad de las latinas, parecen estar contentas sin motivo. Pero las prefiero porque son más calientes. Además, mis paisanas me recuerdan demasiado a mi mujer.
La última vez acudí al "Copacabana Club", mi burdel favorito. Cuando tengo que conducir nunca bebo, soy una persona seria y responsable. Aquella noche estaba especialmente triste, echaba de menos a la familia allá en mi tierra. No recuerdo bien qué pasó, pero debí tomar dos copas de más. Sólo me acuerdo del ruido de las sirenas de la Guardia Civil, y de las luces del camión volcado, que iluminaban la carga de pepinos desperdigada en la carretera. Yo salí ileso, sólo un rasguño sin importancia y una molesta sensación de mareo.
Aquella misma noche tomé un autobús de regreso a Madrid. Llegué cuando la ciudad despertaba. Al presentarme en casa, sorprendí a mi mujer en la cama con otro hombre. No lo conocía. La muy puta no supo qué decirme, sólo preguntó que por qué había regresado tan pronto. Me marché decepcionado sin responder. Supongo que se sentía demasiado sola, pero la verdad es que lo que le ocurriese ya me era indiferente. No la he vuelto a ver desde entonces.
Mi empresa me despidió al día siguiente. Me parece injusto, soy una persona correcta, siempre he hecho bien mi trabajo. Como dicen por aquí, mataste un perro y ya te llaman mataperros. Las autoridades me pusieron una multa y me retiraron el carnet de conducir. Al menos no fui a la cárcel. Sin mujer, sin un techo, sin dinero, sin empleo... La vida es difícil en un país capitalista si no tienes un trabajo...
Cuando me restituyeron la licencia de conducir un amigo me consiguió algo para ir tirando: los fines de semana y algún festivo, debía conducir un autobús de pasajeros. Excursiones con pensionistas, colegios y cosas así. Un empleo de mierda, porque me gusta conducir solo, sin que nadie interrumpa mis pensamientos. Pero trabajo a fin de cuentas...
En el último viaje, disfrazados con sus pantalones cortos y sus pañoletas anudadas al cuello, esos boy scouts parecían pequeños pioneros de la revolución de mi país. Era patético ver a los adultos también vestidos como niños, con sus sombreros de la policía montada del Canadá, y las medias gruesas de lana en sus piernas velludas. Todos a la vez, chicos y grandes, comenzaron a cantar aquella estúpida canción:
"El señor conductor no se ríe, no se ríe..."
Si al menos hubiese sido una canción linda, como las de los pioneros de mi país, en la época comunista:
"Somos niños, ahora estamos
llenos de curiosidad, llenos de amor,
con los ojos os seguimos,
sabemos que nos mostraréis el camino..."
Pero el pasaje insistía en golpearme las sienes, niños y mayores, una y otra vez, con aquella tonada martilleante:
"...no se ríe el señor conductor, no se ríe, no se ríe. Para ser conductor de primera, acelera, acelera...".
Mi cabeza estaba a punto de estallar, y fue entonces cuando, en mitad de aquellas curvas peligrosas, puse el autobús a más de cien. Todos por fin dejaron de cantar, aunque cuando gritaron me desesperé aún más. Algunos niños pusieron el autobús perdido con sus vómitos, y aunque sabía que luego me tocaría limpiarlo todo, en aquel momento tampoco me importó demasiado. Sólo deseaba un poco de silencio...
No sé por qué me acusan ahora de poner en peligro la vida de 51 menores y 9 adultos; fueron ellos los que me provocaron con sus cánticos. Yo soy una personas seria y respetuosa con los demás, se puede confiar en mí. No entiendo por qué nadie parece querer entenderme. Supongo que es el clima, lo que nos hace ser tan diferentes...
¡vaya pieza el tío! jajaja
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