Demolición

Dos años y medio sin encontrar trabajo menoscaban las certezas de cualquiera. La subvención del desempleo se te esfumó un par de meses atrás, y los cuatrocientos euros de la ayuda familiar apenas alcanzan para nada...

Lo mismito que tus chavales se meriendan los bocadillos de chorizo cada tarde, así os váis comiendo los ahorros. Porque los niños siguen yendo al colegio, gracias a Dios, y les tienes que comprar los libros, los rotuladores y los cuadernos. Sin olvidarte del chándal para la gimnasia, que hacen deporte cada dos días, lunes y miércoles, y la liga de futbito que juegan todos los fines de semana. Que te preguntas si no será que el patio es de lija, como bromeaba Gila, porque no veas cómo pule el mayor las zapatillas, y los pantalones, se queja la madre, que cada vez que se cae al suelo los trae hechos unos puros jirones. Si no fuera porque tu mujer es apañaa... Demonio de cole, de gimnasia y de chiquillos...

Menos mal que te ha ido saliendo alguna ñapa;  entre chapuza y chapuza, y con tu mujer limpiando portales, vais tirando... Uno, que no le hace ascos a nada...  Y ahora, que te han llamado para este trabajo de demolición. A fin de cuentas, tantos años de gruista tenían que servir para algo... Aunque no te sientes del todo conforme, porque eso de tirar las casas de otros no está bien, por más que te digan que son viviendas ilegales, chabolas de toda la vida, vamos, pero viviendas a fin de cuentas...

Pero es que si hubieras rechazado el trabajo igual no te llaman para otro, ¡qué mierda de vida...! Y ahí estás tú de nuevo, tempranito, como otras tantas mañanas de entonces, haciendo lo que mejor sabes hacer, que es manejar una grúa. Te encaramas a la cabina. La verdad es que nunca has manejado un trasto de estos tan antiguos con bola de demolición, lo comentaste en la entrevista telefónica, pero el tipo que te llamó parecía poco remilgado. ¡Con tal de encontrar a alguien dispuesto...! A fin de cuentas, tu experiencia te avala.

Arrancas la máquina, practicas un poco con la enorme bola de acero, el péndulo mortal se balancea como un botafumeiro dispuesto a espolvorear cemento y polvo de ladrillo. Mientras oscila la descomunal esfera, la persigues con la mirada. Cierto vértigo te invade ante su movimiento hipnótico, y por un momento la sangre parece abandonar tu cerebro. Será porque no has podido pegar ojo en toda la noche, "no está bien derribar casas ajenas", repetía tu mente en brumas, una y otra vez, "no está bien..." Hasta el carajillo mañanero del bar, en vez de asentarte el ánimo, parece que se te hubiera atragantado...

"¡Deje de jugar con la bolita!", te regaña el encargado, y te ordena que te encamines hacia el poblado. La máquina avanza con paso lento pero decidido, como un tanque acercándose hasta el lugar en el que se ha de entablar una cruenta batalla. El traqueteo temible de las orugas perturba la paz de una mañana cualquiera, igual que la misma frase repetida trastorna tu paz interior: "no está bien derribar casas de otros, no está bien...". Por si no te bastase con lo tuyo, parece que hay cierto revuelo a tu alrededor, los vecinos están cabreados, todos te increpan... Menos mal que unos antidisturbios arropan con celo al gigante de hierro que te pasea...

Ahí las tienes frente a ti: el grupo de chabolas que van a convertirse en el pan de tus hijos. ¡Hasta antena parabólica tienen los cabrones...! Acaban de desalojar a las familias, que como pueden se apresuran a sacar sus enseres personales. ¡Vaya tele de plasma llevan esos, no está nada mal...! Aquella niña debe tener la edad de tu pequeño; ¿no debería estar a estas horas en la escuela? Estás nervioso y te sudan las manos. ¿Acaso se preocupan ellos de tu hipoteca? ¡Qué pena te da esa abuela que camina en bata y zapatillas, con el frío que hace esta mañana...!

Ése de ahí debe ser el juez, viene para abrir acta. Conversa con la abogada de esa asociación de vecinos, los que tanto dan por culo con sus gritos, tiran hasta piedras. Por un momento ruegas a Dios que ojalá llegue un indulto, que se aplace la demolición para otro día. La abogada se retira, su cuerpo revela el ánimo de su derrota. Al final no ha habido suerte, ni para ti ni para nadie... ¿Acaso no has de pagar los petit suit de tus chiquillos? Cuando te dan la orden de avanzar, la gigantesca bola de acero se te anuda en la garganta. Tu máquina ruge con un sobrecogedor chirrido que recuerda a grito de guerra: "¡Demolicióoooooon...!"

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