Una casa sin ventana

Niños antes fachada con ventanas
Fotografía por Henri Cartier-Bresson
Por fin ayer nos dieron el piso. Nos citaron a las 10 de la mañana, en la plazuela que está justo enfrente del edificio de viviendas. Casi llegamos tarde, y tuve miedo de que fuéramos a perder la casa. Juanito se había atrincherado en el baño y no quería salir, mientras María jugueteaba con las galletas y no terminaba nunca de desayunar. La culpa es de mi madre, que es demasiado contemplativa con las niñerías de mis dos mocosos. Al final tuvimos que partir a toda carrera, con los niños a medio bañar y mal desayunados.

Llegamos justo a tiempo. La alcaldesa empezaba su dicurso, y ahí estuvo largando como un loro por más de media hora. Para ser sincero, no le presté demasiada atención, pues ya tenía yo suficiente con sujetar a los niños. Con tanta perorata estaban archiaburridos y no paraban de pelearse entre ellos. Encima mi padre y mi madre les reían las gracias. Temí que nos amonestaran y que nos fuéramos a quedar sin la casa.

Por fin la alcaldesa terminó su discurso y todos aplaudieron. Entonces un señor gordito y con lentes de pasta, creo que un concejal, empezó a recitar los nombres de los "adjudicatarios del primer plan integral de la vivienda para los más desfavorecidos", sí, creo que eso fue lo que dijo. La verdad es que yo y mis hijos si algo somos es desfavorecidos. Porque yo soy padre soltero, y nada menos que con dos hijos pequeños de 3 y 4 años, que no es moco de pavo el tenerles que cuidar y alimentar. Eso le dije al tipo de asuntos sociales, el que me hizo los papeles para solicitar la vivienda. Claro, que le conté que era viudo, porque lo de ser padre soltero está muy mal visto...

El caso es que hace unos años anduve en amores con una contorsionista de un circo ambulante. Había conseguido un trabajillo limpiando las jaulas de los leones y las porquerías de los elefantes que, por cierto, hacen unas mierdas monumentales. La contorsionista se llamaba Rita Lomas, y pronto la dejé embarazada. Al principio todo nos fue bien. Primero nació María, que me recuerda en todo a su madre, sobre todo cuando trata de escabullirse porque no se quiere tomar el desayuno. Yo estaba loco de amor por mi contorsionista, que era bien apasionada. Pero la cosa se torció cuando nació Juanito, porque nada más verlo me di cuenta de que era clavadito a Rómulo, uno de los enanos que actuaba en el número de Blancanieves. Imagínense qué coraje me dio, casi ahogo al infame de Rómulo en el agua sucia donde chapoteaban los elefantes. Me encerraron en el calabozo, y cuando me soltaron, el circo y todos sus miembros habían desaparecido sin dejar rastro. Sólo quedaron las mierdas de los elefantes. Rita había dejado los niños al cuidado de mi madre, y no dijo para dónde se marcharon.

Por supuesto que nada de esto le conté al funcionario de servicios sociales. Es un buen tipo pero demasiado joven y confiado. De lo contrario no hubiera sido tan fácil conseguir la casa. Aunque hasta el último instante de la entrega de llaves temí que no nos la dieran. El concejal gordito de las gafas no pronunció mi nombre hasta casi el final de su larga lista. Ahí acudimos a saludar a la alcaldesa toda la familia, los niños, mis padres y yo. Mi madre, loca de alegría, le dio un sonoro beso que hizo ventosa en su cara flácida, y Juanito lloró al verla; los niños son desconfiados y tienen como un sexto sentido que les protege de los peligros. La alcaldesa desprendía un olor agradable, una mezcla entre gominolas y el aceite de engrasar la bicicleta. Me entregó las escrituras de la residencia, así llamó a la casa, y un juego de llaves.

Pero la alegría se tornó pronto en cierta desilusión. Aunque la casita es pequeña, 23 metros cuadrados, está bien aprovechada, con su cuartito, una cocina-comedor y un pasillo. El baño es comunitario y está afuera. Lo que me desanimó era que no tenía ninguna ventana. ¿Cómo iba a poder ventilar la casa, tender la colada, o incluso vigilar a los niños cuando alcancen a jugar en la calle? El concejal rechoncho entró a saludarnos, qué tal su nueva casa, muy bien, muchas gracias, pero mire usted, que no tiene ventana, a ver si nos la puede cambiar por otra. Y me dijo que ya no se podía hacer nada, pero que iban a pintar un trampantojo muy bonito en la fachada, y el edificio parecería un paisaje con montañas, nubes y arbolitos. ¿Y para qué quiere uno un paisaje si no se puede asomar por la ventana a mirarlo?, me dieron ganas de gritarle. Pero me contuve, no fuera a perder el que ya era nuestro hogar.

Pensándolo bien, es para estar contentos, aunque no deja de atormentarme la mala pata, ¡mira que con todas las casas que había, tenía que tocarnos una sin ventana...!

Comentarios

  1. La historia esta bien. Actualizada en los años pasados cuando sorteaban casas en las administraciones publicas. La puntuacion no me acaba de convencer. Me faltan ;, :, -. Por otra parte me sobran algunas comas. Los dialogos se ponen separados con comas?

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  2. Ey... Repasaré la puntuación, leyéndolo en clase le puse otra coma por ahí, ahora no recuerdo. Creo que sólo hay un diálogo, al final, pero lo quería así, en medio del párrafo y ni tan siquiera con comillas. Gracias por las observaciones, saluditos...

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