Tradición
Cuando Roque llegó a lo alto del cerro había más que andado unos cuantos kilómetros de más. Y sin ver a un alma. Por eso sintió una pequeña alegría en el corazón cuando desde lo alto del cerro divisó el poblado de Vilcanota. Atardecía ya. Pensó en un trago y en una cama tibia, y mejor aún si dormía acompañado, aunque no confiaba en esa suerte que nunca le ocurría. Desde lo lejos, se descubría el poblado iluminado y se escuchaba como el rumor de una música de fiesta.
Vadeando un camino de tierra, Roque avanzaba con paso esperanzado hacia el pueblo, cuando un coche le sobrepasó dejando una nube de polvo tras de sí, y tras avanzar unos metros se detuvo esperándole.
- Eh tú -una chica morena le llamó desde dentro del auto- ¿vas al pueblo?
- Sí, ¿qué pueblo es?
- Vilcanota -respondió la mujer-
Roque desplegó el mapa que llevaba en el bolsillo, e hizo el ademán de localizar el pueblo.
- Es inútil -dijo la mujer-, esos mapas no sirven para nada. Después de la guerra, algunas ciudades desaparecieron, y otros pueblos, la mayoría, apenas tienen unos cuantos años de existencia.
Roque cada vez tenía más dudas de que el mapa que le había confiado su padre sirviera para algo. No obstante, lo plegó con cuidado y lo guardó en su bolsillo. Con un poco de suerte, quizá aquella mujer le podría acercar al pueblo.
- ¿Vas para el pueblo? -la mujer dijo que sí con la cabeza- ¿Me puedes llevar?
- Oye, ¿tú no serás uno de esos activistas que intentan acabar con nuestra fiesta mayor?
A Roque le desconcertó la pregunta de aquella chica.
- ¿Qué fiestas? ¿Qué activistas?
- Anda sube, que te acerco.
La chica salió del coche y abrió el maletero para que Roque pudiera dejar su mochila. Ya dentro del auto, le regaló una sonrisa cómplice.
- ¿De dónde vienes, caminando solo a estas horas? -preguntó la mujer-
- Uff... desde muy lejos. Sólo sé que ahora mismo estoy muy cansado...
Roque sentía una tremenda pereza, y no le apetecía contar de nuevo la larga historia de su viaje a ninguna parte.
- No nos hemos presentado; yo soy Lucinda.
- Yo soy Roque. Oye, ¿y no tienes miedo de coger a un desconocido a estas horas en mitad del camino?
- ¿Acaso tú no te asustas de mí? -respodió Lucinda-
Ante la bravuconería de aquella chica que le parecía atractiva, Roque no pudo menos que sonreírse.
- Pues para venir desde tan lejos -continuó Lucinda con su sonrisa pícara- y estar tan cansado, no tienes mal aspecto del todo...
Roque devolvió la sonrisa, animado por la esperanza de que quizá esa noche no dormiría solo. El coche se acercaba al poblado y a Roque le resultaron familiares las notas de aquella música que cada vez se hacía más audible.
- ¿Entonces, me dices que estáis en fiestas?
No habían pasado 20 minutos, cuando Roque estaba en medio de una verbena con una cerveza en la mano. Momentos antes, había dejado la mochila en la habitación de una casa de huéspedes que le había recomendado Lucinda. Le lugar era muy modesto pero aseado. Había tenido que pagar por adelantado, y ahora tenía menos esperanzas de dormir con Lucinda aquella noche, pues no le había invitado a su casa. Pero quién sabía, al menos ahora estaba tomando una cerveza con ella en mitad de la verbena.
- ¿Y qué me decías de unos activistas? -Roque tenía que alzar la voz para hacerse escuchar-
- Sí, los activistas que quieren acabar con nuestra fiesta.
- ¿Acabar con la fiesta? -Roque no escuchaba nada- ¿Por qué quieren acabar con la fiesta? ¿Por el ruido?
- ¿Eh? Sí, la música está muy fuerte -se excusó Lucinda- No, es por lo de la cacería.
- ¿Qué cacería? Te escucho mal.
Roque no escuchaba nada. Tenía la teoría de que la gente organizaba fiestas porque en realidad lo que quería era beber. El hecho de que el ruido de la música aislaba a la gente, que no podía hacerse escuchar, confirmaba su teoría.
- Sí, la caza del reo -contestó imperturbable Lucinda, que tenía el oído más habituado-. Mañana soltamos a un reo, uno al que hayan condenado a muerte, y salimos a cazarlo con lanzas.
Roque casi se atraganta con la cerveza. Porque ahora sí le pareció escuchar claro lo de la caza del reo, aunque esperaba que fuera una mala percepción auditiva.
- ¿A un reo? ¿A una persona? ¿Que cazáis a una persona?
- ¿Es que no lo sabías? -preguntó asombrada Lucinda- Todo el mundo conoce a Vilcanota por nuestra fiesta mayor. Claro, que tú dices que vienes de muy lejos. Soltamos a un preso y después salimos a cazarlo. El que lo mata alcanza el más alto honor del pueblo.
No sabía si es que estaba muy cansado, que oía mal, o que esa cerveza, casi en ayunas, le estaba sentando mal. Las constumbres insólitas de este planeta asombraban a Roque cada día más.
- No sé si te estoy oyendo mal o me estás tomando el pelo -dijo Roque-.
Lucinda embocó su botella de cerveza, mientras señalaba un cartel anunciador de las fiestas. En el cartel, pegado en una pared, se podía leer "La caza del reo de Vilcanota".
- ¿Pero pobre hombre, no? -Roque estaba estupefacto- ¿Sin darle una oportunidad?
- Le dejamos 15 minutos de ventaja, y si alcanza el límite del cerro, allá por donde te encontré, queda libre. ¿Qué más puede pedir un preso condenado a muerte?
- ¿Y alguien ha conseguido escapar alguna vez?
- ¡Nunca! -respondió exhultante Lucinda- ¡Los de Vilcanota somos los mejores cazadores de hombres a lanzazos de este planeta!
Lucinda rompió en una risa histriónica que, a Roque, algo magnánimo, le pareció fruto de los estragos del alcohol.
- ¿Pero cómo podéis matar así, a lanzazos y por diversión, a una persona?
Tras su expresión, Lucinda parecía aburrida de escuchar una y otra vez aquella pregunta. Conocía su respuesta de memoria.
- ¿Acaso no lo van a matar de todas formas? ¿Acaso no matan a otros reos en otros lugares y de distintas formas? Éste al menos tiene una oportunidad de escapar. Y además, es nuestra tradición: siempre se ha hecho así, y así siempre se hará.
Roque tenía serias dudas sobre la pena de muerte, pero las dudas se le disipaban ante esta cacería a lanzazos que le parecía cosa de bárbaros.
- ¿Pero la tradición? -esgrimió Roque-, ¿se podrá cambiar en algún momento, no?
- Hablas como uno de esos activistas que aquí no son bienvenidos -le acusó Lucinda- ¡Cómo se nota que tú no eres de aquí, no lo entiendes! La tradición es lo nuestro: lo que fuimos, somos y seremos. Nadie de fuera nos hará cambiarla.
En ese momento, Roque tuvo la certeza de que esa noche dormiría solo una vez más. Pero esta vez apenas le prestó atención a su recurrente soledad: el tema de la cacería humana le sobrecogía. Se despidió de la risueña Lucinda con la excusa de que estaba muy cansado. Pero en realidad aquella noche no pudo conciliar el sueño. Bien temprano recogió sus cosas, y con el alba abandonó el pueblo y continuó su camino: Vilcanota sería un lugar para olvidar...
Vadeando un camino de tierra, Roque avanzaba con paso esperanzado hacia el pueblo, cuando un coche le sobrepasó dejando una nube de polvo tras de sí, y tras avanzar unos metros se detuvo esperándole.
- Eh tú -una chica morena le llamó desde dentro del auto- ¿vas al pueblo?
- Sí, ¿qué pueblo es?
- Vilcanota -respondió la mujer-
Roque desplegó el mapa que llevaba en el bolsillo, e hizo el ademán de localizar el pueblo.
- Es inútil -dijo la mujer-, esos mapas no sirven para nada. Después de la guerra, algunas ciudades desaparecieron, y otros pueblos, la mayoría, apenas tienen unos cuantos años de existencia.
Roque cada vez tenía más dudas de que el mapa que le había confiado su padre sirviera para algo. No obstante, lo plegó con cuidado y lo guardó en su bolsillo. Con un poco de suerte, quizá aquella mujer le podría acercar al pueblo.
- ¿Vas para el pueblo? -la mujer dijo que sí con la cabeza- ¿Me puedes llevar?
- Oye, ¿tú no serás uno de esos activistas que intentan acabar con nuestra fiesta mayor?
A Roque le desconcertó la pregunta de aquella chica.
- ¿Qué fiestas? ¿Qué activistas?
- Anda sube, que te acerco.
La chica salió del coche y abrió el maletero para que Roque pudiera dejar su mochila. Ya dentro del auto, le regaló una sonrisa cómplice.
- ¿De dónde vienes, caminando solo a estas horas? -preguntó la mujer-
- Uff... desde muy lejos. Sólo sé que ahora mismo estoy muy cansado...
Roque sentía una tremenda pereza, y no le apetecía contar de nuevo la larga historia de su viaje a ninguna parte.
- No nos hemos presentado; yo soy Lucinda.
- Yo soy Roque. Oye, ¿y no tienes miedo de coger a un desconocido a estas horas en mitad del camino?
- ¿Acaso tú no te asustas de mí? -respodió Lucinda-
Ante la bravuconería de aquella chica que le parecía atractiva, Roque no pudo menos que sonreírse.
- Pues para venir desde tan lejos -continuó Lucinda con su sonrisa pícara- y estar tan cansado, no tienes mal aspecto del todo...
Roque devolvió la sonrisa, animado por la esperanza de que quizá esa noche no dormiría solo. El coche se acercaba al poblado y a Roque le resultaron familiares las notas de aquella música que cada vez se hacía más audible.
- ¿Entonces, me dices que estáis en fiestas?
No habían pasado 20 minutos, cuando Roque estaba en medio de una verbena con una cerveza en la mano. Momentos antes, había dejado la mochila en la habitación de una casa de huéspedes que le había recomendado Lucinda. Le lugar era muy modesto pero aseado. Había tenido que pagar por adelantado, y ahora tenía menos esperanzas de dormir con Lucinda aquella noche, pues no le había invitado a su casa. Pero quién sabía, al menos ahora estaba tomando una cerveza con ella en mitad de la verbena.
- ¿Y qué me decías de unos activistas? -Roque tenía que alzar la voz para hacerse escuchar-
- Sí, los activistas que quieren acabar con nuestra fiesta.
- ¿Acabar con la fiesta? -Roque no escuchaba nada- ¿Por qué quieren acabar con la fiesta? ¿Por el ruido?
- ¿Eh? Sí, la música está muy fuerte -se excusó Lucinda- No, es por lo de la cacería.
- ¿Qué cacería? Te escucho mal.
Roque no escuchaba nada. Tenía la teoría de que la gente organizaba fiestas porque en realidad lo que quería era beber. El hecho de que el ruido de la música aislaba a la gente, que no podía hacerse escuchar, confirmaba su teoría.
- Sí, la caza del reo -contestó imperturbable Lucinda, que tenía el oído más habituado-. Mañana soltamos a un reo, uno al que hayan condenado a muerte, y salimos a cazarlo con lanzas.
Roque casi se atraganta con la cerveza. Porque ahora sí le pareció escuchar claro lo de la caza del reo, aunque esperaba que fuera una mala percepción auditiva.
- ¿A un reo? ¿A una persona? ¿Que cazáis a una persona?
- ¿Es que no lo sabías? -preguntó asombrada Lucinda- Todo el mundo conoce a Vilcanota por nuestra fiesta mayor. Claro, que tú dices que vienes de muy lejos. Soltamos a un preso y después salimos a cazarlo. El que lo mata alcanza el más alto honor del pueblo.
No sabía si es que estaba muy cansado, que oía mal, o que esa cerveza, casi en ayunas, le estaba sentando mal. Las constumbres insólitas de este planeta asombraban a Roque cada día más.
- No sé si te estoy oyendo mal o me estás tomando el pelo -dijo Roque-.
Lucinda embocó su botella de cerveza, mientras señalaba un cartel anunciador de las fiestas. En el cartel, pegado en una pared, se podía leer "La caza del reo de Vilcanota".
- ¿Pero pobre hombre, no? -Roque estaba estupefacto- ¿Sin darle una oportunidad?
- Le dejamos 15 minutos de ventaja, y si alcanza el límite del cerro, allá por donde te encontré, queda libre. ¿Qué más puede pedir un preso condenado a muerte?
- ¿Y alguien ha conseguido escapar alguna vez?
- ¡Nunca! -respondió exhultante Lucinda- ¡Los de Vilcanota somos los mejores cazadores de hombres a lanzazos de este planeta!
Lucinda rompió en una risa histriónica que, a Roque, algo magnánimo, le pareció fruto de los estragos del alcohol.
- ¿Pero cómo podéis matar así, a lanzazos y por diversión, a una persona?
Tras su expresión, Lucinda parecía aburrida de escuchar una y otra vez aquella pregunta. Conocía su respuesta de memoria.
- ¿Acaso no lo van a matar de todas formas? ¿Acaso no matan a otros reos en otros lugares y de distintas formas? Éste al menos tiene una oportunidad de escapar. Y además, es nuestra tradición: siempre se ha hecho así, y así siempre se hará.
Roque tenía serias dudas sobre la pena de muerte, pero las dudas se le disipaban ante esta cacería a lanzazos que le parecía cosa de bárbaros.
- ¿Pero la tradición? -esgrimió Roque-, ¿se podrá cambiar en algún momento, no?
- Hablas como uno de esos activistas que aquí no son bienvenidos -le acusó Lucinda- ¡Cómo se nota que tú no eres de aquí, no lo entiendes! La tradición es lo nuestro: lo que fuimos, somos y seremos. Nadie de fuera nos hará cambiarla.
En ese momento, Roque tuvo la certeza de que esa noche dormiría solo una vez más. Pero esta vez apenas le prestó atención a su recurrente soledad: el tema de la cacería humana le sobrecogía. Se despidió de la risueña Lucinda con la excusa de que estaba muy cansado. Pero en realidad aquella noche no pudo conciliar el sueño. Bien temprano recogió sus cosas, y con el alba abandonó el pueblo y continuó su camino: Vilcanota sería un lugar para olvidar...
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