Calor de fin de junio
El calor de fin de junio en Madrid me aplatana. A mí y a todos. Ensopados en sudor, resulta difícil trabajar...
Este mes está siendo una auténtica contrarreloj. Mis afanes me desbordan. Conseguí de nuevo un trabajo como docente, que era lo que tanto quería. Ahora me toca ser profesor de diseño web y multimedia. La tarea me viene como anillo al dedo, pero siempre hay que dedicar algo de tiempo a preparar las clases. Al menos el tiempo docente lo coparto con otro profesor, con lo que me quedan dos mañanas libres para... seguir trabajando. El tiempo libre de junio, y el de todos los meses, se me escapa en seguir trabajando. Tres mañanas de docente, 2 mañanas y 5 tardes de diseñador multimedia. Los fines de semana, a seguir preparando clases y demás asuntos. Y es que la vida es un no parar. Y que uno no pare...
Para desplazarme entre tantas idas y venidas, cometí el atrevimiento de comprarme una bici plegable. Fue una compra compulsiva, y todo un derroche de dinero. Hacía años, o desde nunca quizá, que me entraba similar arrebato de consumo. Ahora resulta que me siento atado a ese armazón de hierro plegable con ruedas que es mi bici. Me paso el día pliega y despliega, escaleras arriba, escaleras abajo con esos 12 kilos a cuesta, camino del tren, de la clase, de la oficina o de mi casa. De la casa de mi padre, quiero decir... En el lugar en que doy clases me dejaron un despachito donde guardar la bici. Pero yo, desconfiado por naturaleza o educación, le compré una cadenita para amarrarla a cualquier sitio más o menos fiable. Y la cadenita, en realidad, es a mí a quien amarra a esa bicicleta, pues desde entonces tengo que estar pendiente de ella, no sea que alguien se quede encantado con sus dos ruedas y me la vaya a robar.
Pero a cambio, la bici me desplaza raudo en las cuestas abajo y con menos alegría y muchas dosis de sudor en las ascendentes. Y siempre con una sensación de libertad grata pero relativa, pues los coches amenazantes siempre me amedrantan. Me compré un casco por si acaso un día acabo por los suelos, pero no vendrían mal también un par de velas a San Cristóbal, patrón de los conductores temerosos del poder de Dios y de la imprudencia de los hombres...
Entre pedaleo y pedaleo, y afán y afán, España triunfa en la Eurocopa. Siempre nos quedará el fútbol para no pensar, dormir, expulsar nuestra ira, y soñar. La fauna política, monarquía a la cabeza, se pasea por los palcos de los estadios en que juega la selección. Para ellos es el tiempo de cosechar los frutos de ese fervor patriótico que tanto les interesa. Si España gana esta noche la crisis económica parecerá superada, y por fin pareceremos grandes, como antes de la hecatombe del 98. Celebraremos la victoria bañándonos en todas las fuentes del país, y por fin un fin de junio nos parecerá hasta menos caluroso. Y quizá la frescura nos dé de sí para todo el verano, e incluso para más allá...
Este mes está siendo una auténtica contrarreloj. Mis afanes me desbordan. Conseguí de nuevo un trabajo como docente, que era lo que tanto quería. Ahora me toca ser profesor de diseño web y multimedia. La tarea me viene como anillo al dedo, pero siempre hay que dedicar algo de tiempo a preparar las clases. Al menos el tiempo docente lo coparto con otro profesor, con lo que me quedan dos mañanas libres para... seguir trabajando. El tiempo libre de junio, y el de todos los meses, se me escapa en seguir trabajando. Tres mañanas de docente, 2 mañanas y 5 tardes de diseñador multimedia. Los fines de semana, a seguir preparando clases y demás asuntos. Y es que la vida es un no parar. Y que uno no pare...
Para desplazarme entre tantas idas y venidas, cometí el atrevimiento de comprarme una bici plegable. Fue una compra compulsiva, y todo un derroche de dinero. Hacía años, o desde nunca quizá, que me entraba similar arrebato de consumo. Ahora resulta que me siento atado a ese armazón de hierro plegable con ruedas que es mi bici. Me paso el día pliega y despliega, escaleras arriba, escaleras abajo con esos 12 kilos a cuesta, camino del tren, de la clase, de la oficina o de mi casa. De la casa de mi padre, quiero decir... En el lugar en que doy clases me dejaron un despachito donde guardar la bici. Pero yo, desconfiado por naturaleza o educación, le compré una cadenita para amarrarla a cualquier sitio más o menos fiable. Y la cadenita, en realidad, es a mí a quien amarra a esa bicicleta, pues desde entonces tengo que estar pendiente de ella, no sea que alguien se quede encantado con sus dos ruedas y me la vaya a robar.
Pero a cambio, la bici me desplaza raudo en las cuestas abajo y con menos alegría y muchas dosis de sudor en las ascendentes. Y siempre con una sensación de libertad grata pero relativa, pues los coches amenazantes siempre me amedrantan. Me compré un casco por si acaso un día acabo por los suelos, pero no vendrían mal también un par de velas a San Cristóbal, patrón de los conductores temerosos del poder de Dios y de la imprudencia de los hombres...
Entre pedaleo y pedaleo, y afán y afán, España triunfa en la Eurocopa. Siempre nos quedará el fútbol para no pensar, dormir, expulsar nuestra ira, y soñar. La fauna política, monarquía a la cabeza, se pasea por los palcos de los estadios en que juega la selección. Para ellos es el tiempo de cosechar los frutos de ese fervor patriótico que tanto les interesa. Si España gana esta noche la crisis económica parecerá superada, y por fin pareceremos grandes, como antes de la hecatombe del 98. Celebraremos la victoria bañándonos en todas las fuentes del país, y por fin un fin de junio nos parecerá hasta menos caluroso. Y quizá la frescura nos dé de sí para todo el verano, e incluso para más allá...
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