Cañada Real
La semana pasada por fin me animé a abandonar mi casa. Monté las pertenencias más necesarias en una furgoneta que me prestó un amigo. El ordenador lo dejé en casa de mi padre, pues no estaba seguro de que fuese a tener electricidad allí donde iba.
Llegué temprano a la Cañada Real. Casi me equivoqué y por poco me meto en el sector de los traficantes de drogas. Ahí no pocas familias gitanas trapichean y exprimen a los toxicómanos que prácticamente viven como esclavos para ellos. Por un momento temí por mis trastos y por la furgoneta, que para colmo no es mía. Pero al final estuve espabilado y logré dar con el camino correcto.
Cuando entré en el sector de los musulmanes algunos niños salían camino del colegio. No dejan de llamarme la atención esos pañuelos que las mujeres musulmanas llevan escondiendo su pelo, y más cuando apenas entreveo su carita de niñas. Llegué a la casa que me habían dicho, y pregunté por Rachid. "Entra, por favor", me dijo una mujer. Aunque era una chabola en toda regla, la casa de Rachid no estaba mal. Tenía hasta una tele de esas de plasma de muchas pulgadas que para mí quisiera yo. "¿Eres Rachid?", pregunté al señor de no más de 40 años que acudió a recibirme.
"¿Has traído el dinero?", me dijo Rachid. Yo estaba un poco tenso, aun sabiendo que el tipo era de fiar, pues un buen amigo me había dado buenas referencias de él. "Primero quiero ver la casa", le dije.
Salimos de su casa y nos montamos en su coche. "¡Vaya coche que tienes!", le comenté sorprendido por el pedazo de coche que tenía. "¿Te gusta, amigo?", me preguntó con cara de satisfacción. "No me gustan demasiado los coches. Parece que los negocios te van bien", le sonreí.
Aquel sector y la gente que lo habita parecía más bien humilde, aunque de vez en cuando, salpicando de explendor la pobreza, se veía aparcado algún que otro coche de gran cilindrada. Por fin llegamos a la que sería mi nueva casa.
"Aquí es", me dijo Rachid abriendo la puerta de la casa. No era gran cosa aquella chabola, pero bueno... no iba a encontrar nada mejor ni más barato en todo Madrid. "Y esto... ¿no habrá problema de que me la tiren abajo?". "Seguro que no -me afirmó Rachid-, no van a tirar las casas de todas esas familias con todos esos niños que viven aquí. Además, al otro lado están los que venden droga; antes empezarían a tirar esas casas de allí, y los gitanos no se van a dejar". Me pareció bastante razonable su respuesta. "Pues nada... trato hecho". Le di el dinero convenido, y así fue cómo Rachid me cedió la chabola.
Me pasé parte de la mañana sacando mis trastos de la furgoneta. El resto del día lo pasé acondicionando un poco el maltrecho espacio interior. Todo estaba bastante sucio y dejado de la mano de Dios. Me acosté bien tarde y muy cansado.
Al día siguiente me desperté sobresaltado al escuchar gritos de mujeres y sirenas de policía. Era el día en que pensaba invitar a mis amigos para estrenar mi casa con una fiesta. Pero no me imaginaba para nada la fiesta que me esperaba. Alguien llamó a mi puerta con estruendo. Abrí aún medio dormido y con los ojos llenos de legañas: "Tiene que desalojar esta casa en 30 minutos; aquí está su orden de derribo", me espetó a la cara un señor escoltado por dos policías municipales.
No me lo podía creer. Todo el poblado estaba en la calle, y el clima se hacía cada vez más tenso. Mientras los antidisturbios iban tomando posiciones, un bulldozer amenazante se acercó a mi casa. "¡Esperen... ahí dentro están mis cosas!", no terminé de decir esto cuando un policía cargo contra mí y el bulldozer derribó una de las paredes de mi casa. En seguida me vi en medio de una batalla campal, en un fuego cruzado entre piedras y pelotas de goma.
Acudí dolorido y humillado a la casa en que había habitado tan solo dos días antes. "¿Ya estás aquí? -me recibió poco sorprendido mi padre- Ya te lo dije yo, que eso no te saldría bien".
Ahora otra vez vuelvo a estar encerrado en mi habitación, quizá para siempre. Menos mal que no me llevé el ordenador en el que puedo ver la tele:
"Disturbios en la Cañada Real: esta mañana se formó una aunténtica batalla campal entre las fuerzas de seguridad y vecinos de este poblado. En este supermercado de la droga, el mayor poblado chabolista de Europa, esta mañana se desalojaron y derribaron numerosas viviendas ilegales habitadas por familias de origen magrebí".
"Según el último informe económico, el precio de la vivienda continúa estancado. Parece que la burbuja inmobiliaria está a punto de estallar, y aquellos que invirtieron en ladrillo lo tendrán cada vez más difícil para recuperar sus beneficios".
"El euribor vuelve a subir este mes por octavo mes consecutivo, con lo que cada vez hay más familias que les cuesta trabajo llegar a fin de mes".
Llegué temprano a la Cañada Real. Casi me equivoqué y por poco me meto en el sector de los traficantes de drogas. Ahí no pocas familias gitanas trapichean y exprimen a los toxicómanos que prácticamente viven como esclavos para ellos. Por un momento temí por mis trastos y por la furgoneta, que para colmo no es mía. Pero al final estuve espabilado y logré dar con el camino correcto.
Cuando entré en el sector de los musulmanes algunos niños salían camino del colegio. No dejan de llamarme la atención esos pañuelos que las mujeres musulmanas llevan escondiendo su pelo, y más cuando apenas entreveo su carita de niñas. Llegué a la casa que me habían dicho, y pregunté por Rachid. "Entra, por favor", me dijo una mujer. Aunque era una chabola en toda regla, la casa de Rachid no estaba mal. Tenía hasta una tele de esas de plasma de muchas pulgadas que para mí quisiera yo. "¿Eres Rachid?", pregunté al señor de no más de 40 años que acudió a recibirme.
"¿Has traído el dinero?", me dijo Rachid. Yo estaba un poco tenso, aun sabiendo que el tipo era de fiar, pues un buen amigo me había dado buenas referencias de él. "Primero quiero ver la casa", le dije.
Salimos de su casa y nos montamos en su coche. "¡Vaya coche que tienes!", le comenté sorprendido por el pedazo de coche que tenía. "¿Te gusta, amigo?", me preguntó con cara de satisfacción. "No me gustan demasiado los coches. Parece que los negocios te van bien", le sonreí.
Aquel sector y la gente que lo habita parecía más bien humilde, aunque de vez en cuando, salpicando de explendor la pobreza, se veía aparcado algún que otro coche de gran cilindrada. Por fin llegamos a la que sería mi nueva casa.
"Aquí es", me dijo Rachid abriendo la puerta de la casa. No era gran cosa aquella chabola, pero bueno... no iba a encontrar nada mejor ni más barato en todo Madrid. "Y esto... ¿no habrá problema de que me la tiren abajo?". "Seguro que no -me afirmó Rachid-, no van a tirar las casas de todas esas familias con todos esos niños que viven aquí. Además, al otro lado están los que venden droga; antes empezarían a tirar esas casas de allí, y los gitanos no se van a dejar". Me pareció bastante razonable su respuesta. "Pues nada... trato hecho". Le di el dinero convenido, y así fue cómo Rachid me cedió la chabola.
Me pasé parte de la mañana sacando mis trastos de la furgoneta. El resto del día lo pasé acondicionando un poco el maltrecho espacio interior. Todo estaba bastante sucio y dejado de la mano de Dios. Me acosté bien tarde y muy cansado.
Al día siguiente me desperté sobresaltado al escuchar gritos de mujeres y sirenas de policía. Era el día en que pensaba invitar a mis amigos para estrenar mi casa con una fiesta. Pero no me imaginaba para nada la fiesta que me esperaba. Alguien llamó a mi puerta con estruendo. Abrí aún medio dormido y con los ojos llenos de legañas: "Tiene que desalojar esta casa en 30 minutos; aquí está su orden de derribo", me espetó a la cara un señor escoltado por dos policías municipales.
No me lo podía creer. Todo el poblado estaba en la calle, y el clima se hacía cada vez más tenso. Mientras los antidisturbios iban tomando posiciones, un bulldozer amenazante se acercó a mi casa. "¡Esperen... ahí dentro están mis cosas!", no terminé de decir esto cuando un policía cargo contra mí y el bulldozer derribó una de las paredes de mi casa. En seguida me vi en medio de una batalla campal, en un fuego cruzado entre piedras y pelotas de goma.
Acudí dolorido y humillado a la casa en que había habitado tan solo dos días antes. "¿Ya estás aquí? -me recibió poco sorprendido mi padre- Ya te lo dije yo, que eso no te saldría bien".
Ahora otra vez vuelvo a estar encerrado en mi habitación, quizá para siempre. Menos mal que no me llevé el ordenador en el que puedo ver la tele:
"Disturbios en la Cañada Real: esta mañana se formó una aunténtica batalla campal entre las fuerzas de seguridad y vecinos de este poblado. En este supermercado de la droga, el mayor poblado chabolista de Europa, esta mañana se desalojaron y derribaron numerosas viviendas ilegales habitadas por familias de origen magrebí".
"Según el último informe económico, el precio de la vivienda continúa estancado. Parece que la burbuja inmobiliaria está a punto de estallar, y aquellos que invirtieron en ladrillo lo tendrán cada vez más difícil para recuperar sus beneficios".
"El euribor vuelve a subir este mes por octavo mes consecutivo, con lo que cada vez hay más familias que les cuesta trabajo llegar a fin de mes".
Muy bueno, si señor, hoy en el curso se os echo de menos, no sera lo mismo sin vosotros...
ResponderEliminarnos vemos en los bares
¡Hola tú! También yo estoy intentando superar vuestra ausencia y esas mañanas vacías sin nada formal que hacer. Aunque ya me invento mis historias, claro. Espero no vernos en los bares; más bien prefiero un café y un poco de tertulia. Qué haría un gran charlatán sin los cafés... Un abrazo. Vete por la sombra...
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