Tener que parar
Vivo cada día con cierto nivel de ansiedad, como si estuviese en una carrera para alcanzar no sé qué lugar y puesto en esta vida. Imagino que algunos sentirán que ya llegaron a la meta que tanto desearon, pero no es mi caso. Como soy más bien perezoso, tiendo bastante a perder el tiempo y a mirar a las musarañas, que son unos animalitos así como algo difusos e indefinidos, que sólo se entreven cuando uno entrecierra los ojos en la modorra de la hora de la siesta.
Sí; siempre he tenido esa especie de ansiedad, la de buscador de oro, la de ese que piensa que a la vuelta de la esquina encontrará la gran pepita de oro que le venga a rescatar de una vida mediocre. Aunque con pereza, a ratos estudio, leo, escribo, sueño historias, utopías políticas y revoluciones pacíficas. Aún sigo soñando con que un mundo mejor es posible, aunque hace algún tiempo que caí en la cuenta de que en un mundo mejor, otro peor sería posible. No me gusta ni mi puesto, ni mi trabajo, ni el mundo que me rodea, y doy vueltas en la cabeza imaginando estrategias para cambiar los rumbos del mundo y el mismo rumbo mío. Como soy perezoso, entre siesta y siesta se me van buenos ratos, y mi torpeza y limitaciones tampoco son buenas aliadas para la inmensa tarea que debo realizar. Pero hasta ahora, he seguido soñando...
Cada noche robo unas cuantas horas al día que vendrá, ya que casi siempre me acuesto insatisfecho con los frutos de lo que fue mi trabajo. Un día, y otro, siempre igual, ansiedad en el trabajo, y sensación de derrota por la noche. La ansiedad diaria del buscador de sueños desgasta bastante, cansa. Poco a poco nuestra energía vital de jóvenes se va debilitando, e imagino que es cuando, por el cansancio, hacemos un alto en el camino para reflexionar. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que quizá con un metro quince que medimos nunca podremos jugar en la liga profesional de baloncesto. A veces cuesta aceptar que somos tan bajitos, o que nuestra voz es tan desafinada que nunca llegaremos a triunfar en el mundo del bell canto. O como se diga...
Una vez oí a no sé quién, que uno deja de ser joven cuando deja de soñar. No sé si será que mi juventud está llegando a su fin, pero cada vez me siento más cansado de soñar. Sigo soñando, sí, pero cada vez me resulta más cansado. A veces pienso que ha llegado el momento de aceptar que lo que soy y tengo y el mundo es, es lo que seré, tendré, y el mundo siempre será. Me resisto a aceptarlo. No sé si será verdad, que me estoy haciendo viejo a mis treinta y tantos años. O quizá tan solo sea que "corren malos tiempos para los soñadores", como decían en Amelie. No sé... Tengo la intuición de que, en algún momento y lugar de esta autopista que es la vida, no me va a quedar más remedio que tener que parar...
Sí; siempre he tenido esa especie de ansiedad, la de buscador de oro, la de ese que piensa que a la vuelta de la esquina encontrará la gran pepita de oro que le venga a rescatar de una vida mediocre. Aunque con pereza, a ratos estudio, leo, escribo, sueño historias, utopías políticas y revoluciones pacíficas. Aún sigo soñando con que un mundo mejor es posible, aunque hace algún tiempo que caí en la cuenta de que en un mundo mejor, otro peor sería posible. No me gusta ni mi puesto, ni mi trabajo, ni el mundo que me rodea, y doy vueltas en la cabeza imaginando estrategias para cambiar los rumbos del mundo y el mismo rumbo mío. Como soy perezoso, entre siesta y siesta se me van buenos ratos, y mi torpeza y limitaciones tampoco son buenas aliadas para la inmensa tarea que debo realizar. Pero hasta ahora, he seguido soñando...
Cada noche robo unas cuantas horas al día que vendrá, ya que casi siempre me acuesto insatisfecho con los frutos de lo que fue mi trabajo. Un día, y otro, siempre igual, ansiedad en el trabajo, y sensación de derrota por la noche. La ansiedad diaria del buscador de sueños desgasta bastante, cansa. Poco a poco nuestra energía vital de jóvenes se va debilitando, e imagino que es cuando, por el cansancio, hacemos un alto en el camino para reflexionar. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que quizá con un metro quince que medimos nunca podremos jugar en la liga profesional de baloncesto. A veces cuesta aceptar que somos tan bajitos, o que nuestra voz es tan desafinada que nunca llegaremos a triunfar en el mundo del bell canto. O como se diga...
Una vez oí a no sé quién, que uno deja de ser joven cuando deja de soñar. No sé si será que mi juventud está llegando a su fin, pero cada vez me siento más cansado de soñar. Sigo soñando, sí, pero cada vez me resulta más cansado. A veces pienso que ha llegado el momento de aceptar que lo que soy y tengo y el mundo es, es lo que seré, tendré, y el mundo siempre será. Me resisto a aceptarlo. No sé si será verdad, que me estoy haciendo viejo a mis treinta y tantos años. O quizá tan solo sea que "corren malos tiempos para los soñadores", como decían en Amelie. No sé... Tengo la intuición de que, en algún momento y lugar de esta autopista que es la vida, no me va a quedar más remedio que tener que parar...
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