Regalos de compromiso
Se acercan las navidades, con ese gasto inútil en lucecitas que tanto gustan a nuestros alcaldes y a los grandes almaceneros. Allí vamos, siguiendo el rastro de luz, directos a cualquier centro comercial, inevitable camino, como polillas que quedarán ciegas o muertas por la luz y la temperatura de una bombilla. Los Isidoros Álvarez del mundo harán de nuevo caja, y bailarán sobre nuestras tumbas, plenos y gozosos de alegría.
No hay cosa que más me joda que tener que pasar por el aro; bailar al son que otros tocan. Pero allí estaré yo, uno más de tantos tontos, como un mendigo entre la basura, buscando esos regalos de compromiso que cada año me veo obligado a hacer. Por Dios, qué depresión me entrará otra vez. Y sólo queda un mes...
Pero tras fundirme la paga extra en objetos varios, y añadir un nuevo tic facial a mi colección, por la ansiedad contenida, no quedará ahí la cosa. Aún me faltará lo peor: recibir los regalos que como agazapados me esperan. Cada año, unos cuantos trastos inútiles acaban olvidados en los repletos cajones de mis armarios, apoderándose, como la mugre, del poco espacio que queda ya en el escueto mundo prestado en que habito y que es mi habitación. Mi más que pequeño mundo...
Lo peor de un regalo de compromiso, por muy inútil que sea, es que no te puedes deshacer de él hasta que no pasa cierto tiempo. Para entonces ya es demasiado tarde, y aparece mimetizado con el color del fondo de cualquier rincón, para que tú no le veas y lo mandes de una vez a la chingada.
Pero este año, no voy a tener contemplaciones con estos regalos inútiles que ya deben estar preparados en sus cajas para la invasión de mi espacio vital. No, este año no podrán conmigo, porque por fin cuento con unos pequeños e inocentes aliados: mis sobrinos, que sin apenas levantar un palmo del suelo, son especialistas en destrozar todo lo que pillan, con sus manecitas, tan tiernos... Perritos de escayola, libros insufribles, películas aburridas, y si hace falta, hasta pianos de cola. Este año, no quedara ningún regalo inútil con vida... Gracias por vuestra desinteresada tarea, dulces sobrinillos...
Pero eso sí; no esperéis regalos míos esta Navidad: no me gusta hacer regalos por compromiso...
No hay cosa que más me joda que tener que pasar por el aro; bailar al son que otros tocan. Pero allí estaré yo, uno más de tantos tontos, como un mendigo entre la basura, buscando esos regalos de compromiso que cada año me veo obligado a hacer. Por Dios, qué depresión me entrará otra vez. Y sólo queda un mes...
Pero tras fundirme la paga extra en objetos varios, y añadir un nuevo tic facial a mi colección, por la ansiedad contenida, no quedará ahí la cosa. Aún me faltará lo peor: recibir los regalos que como agazapados me esperan. Cada año, unos cuantos trastos inútiles acaban olvidados en los repletos cajones de mis armarios, apoderándose, como la mugre, del poco espacio que queda ya en el escueto mundo prestado en que habito y que es mi habitación. Mi más que pequeño mundo...
Lo peor de un regalo de compromiso, por muy inútil que sea, es que no te puedes deshacer de él hasta que no pasa cierto tiempo. Para entonces ya es demasiado tarde, y aparece mimetizado con el color del fondo de cualquier rincón, para que tú no le veas y lo mandes de una vez a la chingada.
Pero este año, no voy a tener contemplaciones con estos regalos inútiles que ya deben estar preparados en sus cajas para la invasión de mi espacio vital. No, este año no podrán conmigo, porque por fin cuento con unos pequeños e inocentes aliados: mis sobrinos, que sin apenas levantar un palmo del suelo, son especialistas en destrozar todo lo que pillan, con sus manecitas, tan tiernos... Perritos de escayola, libros insufribles, películas aburridas, y si hace falta, hasta pianos de cola. Este año, no quedara ningún regalo inútil con vida... Gracias por vuestra desinteresada tarea, dulces sobrinillos...
Pero eso sí; no esperéis regalos míos esta Navidad: no me gusta hacer regalos por compromiso...
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